viernes, 31 de octubre de 2014

Galápagos, el paraíso viviente

El mundo -y sus circunstancias- se perciben de otra manera cuando ponemos el pié en las Islas Galápagos... Es la emoción del descubrimiento. Probablemente la misma impresión sintiera el joven naturalista Charles Darwin, que viajaba a bordo del británico Beagle y recaló en aquellas latitudes durante su viaje de investigación científica alrededor del planeta.

El placer de viajar es contemplar lo que pasa en el mundo desde la primera fila, y en el caso de las Galápagos, es la oportunidad de acceder al hábitat de este peculiar universo animal en el que sus moradores no muestran el menor temor ante las sorprendidas miradas del intruso ser humano, depredador por excelencia. Insólito.

Antes que el célebre científico inglés, el dominico español Fray Tomás de Berlanga, a la sazón obispo de Panamá, ya había estado allí en 1535, cuando se dirigía desde Panamá a Perú por encargo de Carlos V. En 1570 las islas aparecen por primera vez en los mapas de navegación descritas como Insulas Galopegos (Islas de las Tortugas).

A partir de esa fecha, las Galápagos fueron una especie de tierra de nadie en la que hallaron refugio piratas y bucaneros (generalmente ingleses), que las utilizaron como lugar de aprovisionamiento y escondite en sus viajes de pillaje a los galeones (generalmente españoles) que transportaban oro y plata desde América hacia España. Famoso se hizo el nombre del navegante Richard Hawkins, capitán de un galeón en la expedición de Francis Drake, que según la leyenda fue el primer corsario que visitó las islas en 1593.

Sucedieron muchos lustros de oscurantismo histórico por los que pasaron los piratas Davis, Eaton y el capitán Knight, que dicen las crónicas que eligió aquellas islas para esconder su tesoro (aun no encontrado). También las visitó en 1790 el explorador español Alejandro Malaspina, y tres años más tarde, el británico James Colnett se instaló en las ellas. Sugirió que fuesen utilizadas como base para balleneros y cazadores de focas. El saqueo practicado en este santuario de la fauna durante el siglo XIX fue tal que algunas especies entraron en riesgo de extinción.

Saqueo histórico

Finalmente Ecuador anexó las Islas Galápagos en 1832, bautizándolas como Archipiélago de Colón. Hoy, los animales antediluvianos pueden permanecer allí tranquilos, mostrando milagrosamente la misma insensata indiferencia a la presencia humana que mostraron durante todos esos siglos de accidentado devenir histórico, perviviendo a su libre albedrío como se merecen desde el principio de los tiempos y deambulando de aquí para allá; adaptándose a las condiciones climáticas y geológicas de cada isla.

A los tres años de que el archipiélago tuviera dueño, en 1835, Charles Darwin permaneció allí cinco semanas recogiendo información sobre su flora y fauna, y dejó escrito en su Diario su primera impresión: «El archipiélago es único. Las islas son un laboratorio viviente de especies de animales que no existen en otro lugar (...); nos encontramos frente al misterio de los misterios, que es la aparición de nuevos seres sobre la Tierra».

La teoría de la selección natural

Su entusiasmo se tornó en pasión investigadora y sus observaciones sobre las diferentes formas y tamaños entre los picos de los pinzones, la diversidad entre los caparazones de las tortugas, o las variaciones en el color de la piel de las iguanas, le llevaron a deducir que las condiciones particulares de cada lugar determinaban las características de los seres que habitan en él, mediante un mecanismo que llamó ‘selección natural’, y que posteriormente le condujeron a las revolucionarias conclusiones de su mítica obra El Origen de las Especies, publicada en 1859, que cambió el curso de la ciencia moderna.

Las Galápagos emergieron del Océano Pacífico hace cinco millones de años y el proceso evolutivo y los cambios climáticos las han convertido en uno de los más extraños lugares de la Tierra, en algunos casos se diría que se parece a un paisaje lunar.

Para iniciar el viaje lo primero será volar al aeropuerto de la isla de Baltra, pequeño islote al norte de la gran isla nodriza de Santa Cruz y principal punto de llegada de turistas, a la que accedemos por el canal de Itabaca en un trasbordador. Todavía no veremos animales exóticos, pero en el centro de la isla tendremos la primera parada del viaje para adentrarnos en unos peculiares hundimientos volcánicos que deparan una vista singular enmarcada por un bosque de lechosos (escalesias), denso y poblado de pájaros. Allí vi por primera vez el pinzón de Darwin, el pájaro de pico amarillo que fue el inicio de su investigación.

Animales prehistóricos

En el llamado Rancho Primicias, situado en la parte alta de la isla, habita una gran población de galápagos (tortugas gigantes), uno de los reptiles más antiguos y más longevos del mundo, a los que podemos acompañar en su lento caminar y ver cómo estiran el cuello con mesura y arrancan los tallos verdes crecidos de la tierra.

Un sendero pavimentado que parte de la capital de Santa Cruz, Puerto Ayora, nos conduce hasta Tortuga Bay. El final del camino nos deparará las primeras emociones fuertes del viaje. El trayecto, flanqueado por gigantes y pinchudos cactus, llamados opuntias, en los que ‘posan’ algunos pinzones, cucuves, papamoscas y otras aves endémicas, acaba en una inconmensurable extensión de arena que baña un agitado mar.

 

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